Una aproximación a la escena del crimen y al racismo en Jalapa

IMG_0130“Los indios chucos, esos caitudos no deben tener tierra. A esos animales hay que darles plomo. Esos h… de p… solo chingar son, no agradecen que uno les de trabajo. No quieren desarrollo, son unos huevones. Hay que matarlos, en fin nadie pedirá justicia por ellos… Muchá ustedes saquen a esos indios de mi terreno y si no les hacen caso mátenlos que para eso les pago”.

Los hombres, hermanos e iguales a aquellos a los que el empresario llama «indios chucos», tomaron sus armas, se subieron a tres carros tipo picop, y se dirigieron a la colonia La Gracia, Jalapa.

La madrugada del 10 de octubre, en una casa humilde construida de adobe, del cantón Las Marías Santa Gertrudis, Benedicto y Arnoldo, a media luz del fuego y la claridad del día, consensuaban y planificaban lo que harían en su parcela ubicada en La Gracia. Minutos después, tomaron sus machetes y salieron con rumbo a ese lugar.

Ellos debían cuidar su maíz y frijol, porque días antes, los hombres del empresario, habían destruido sus siembras y cercos, violando un acuerdo que había firmado con los campesinos, en el que se estableció respetar el territorio de cada uno.

A eso de las siete de la mañana, no se sabe la hora con exactitud, Benedicto y su hijo, se aprestaban a entrar a su parcela, pero los hombres del empresario, que ya estaban en el lugar, les dispararon, los cuerpos se desplomaron y regaron con su sangre la Sagrada Tierra.

El sonido aterrador de los disparos llamó la atención de los vecinos, algunos de ellos se asomaron a la ventana y vieron como los hombres huían en tres vehículos que los esperaban a escasos metros.

Aquel día soleado del 10 de octubre se opacó para miles de habitantes de la comunidad indígena Santa María Xalapan porque esos proyectiles a base de pólvora que trajeron hace más de 500 años los invasores europeos, con los cuales mataron a nuestros antepasados, y que ahora se han sofisticado, siguen segando la vida de indígenas y campesinos en Guatemala.

El empresario sabe bien que departe del Ministerio Público, MP, distrital y de la Policía Nacional Civil, PNC, de Jalapa no habrá una investigación imparcial, tampoco las autoridades departamentales harán cuestionamientos, ni siquiera pronunciamiento alguno, porque ellos también ven con menosprecio al indígena y al campesino, avalando, el sistema de dominación impuesta por aquellos ladinos que históricamente han pisoteado los derechos de los ciudadanos Xinkas que habitan en la montaña.

IMG_0155El asesinato de Benedicto y Arnoldo animó a varios hombres y mujeres a denunciar, por lo menos ante los medios de comunicación, que muchos terratenientes de Jalapa se valen de sus influencias y amistades que tienen con las autoridades distritales para amenazar, intimidar, agredir y asesinar a campesinos.

“Hace unos meses, el empresario que mandó a matar a mis compañeros, me dijo que ya conocía donde vivía y que para él era fácil destruirnos, porque tenía gente que lo hiciera. Anteayer acompañe al compañero Benedicto a poner una denuncia al MP, ellos no nos ponían atención, hasta que les dije que iba a ver de que manera conseguía ayuda en la capital para que nos tomaran la denuncia”, nos explicó, Víctor Miguel (nombre ficticio del vecino).

Mientras, los compañeros de Benedicto y Arnoldo, contaban la forma en que han sido amenazados de muerte, la esposa, hijos y hermanos de los occisos, hacían todos los trámites en la morgue del Instituto de Ciencias Forenses, Inacif, para llevar los cuerpos a su humilde vivienda, velarlos y darles cristiana sepultura.

Hace siglos, los invasores europeos reclutaban a los indígenas Xinkas para trabajar en la producción de caña y tintes. Eran obligados a moler, con sus pies descalzos, las hojas que producían el tiente que se exportaba a Europa. Según Manuel de Jesús Aguilar, joven escritor Xinka, eso “les producía enfermedades incurables”. También eran obligados a pagar tributo a la corona española, para poder trabajar sus tierras ancestrales.

Con la fundación del municipio de Jalapa, a mediados del siglo 18, llegaron otros emigrantes y se expandió el despojo de tierras porque utilizaron escrituras supletorias. Cabe resaltar, que ese territorio, al que los finqueros llamaban “tierra de nadie”, ya pertenecía a los habitantes de Xalapan, mucho antes de la invasión europea.

Un Título y Cédula Real, que guarda la Junta Directiva de la Comunidad Xinka, firmada por el Rey Carlos V de España, les reconoce como dueños de ese territorio, en donde se incluye la cabecera departamental de Jalapa, pero su idea no es desterrar a los habitantes del casco urbano, sino recuperar, cuidar y hacer producir las tierras que rodean a ese municipio, pero algunos finqueros se quieren apropiar de esos terrenos.

“Cómo es posible que esos indios tengan más tierra que nosotros, esta tierra nos la heredaron nuestros padres, nosotros la necesitamos para construir colonias, para la crianza de ganado para hacer nuestras mansiones”- reclaman.

Pero los comunitarios de Xalapan se caracterizan por ser luchadores y en ese marco han elevado su caso, por recuperación de tierra al más alto nivel de la administración pública. Desde la Marcha Indígena Campesina y Popular, realizada en el año 2012, hasta el día de hoy, han analizado y discutido el tema con gobernantes, secretarios de asuntos agrarios, procuradores de derechos humanos, defensores de derechos humanos y con los mismos empresarios y finqueros para encontrar solución de forma pacífica a la problemática.

Pero la Secretaría de Asuntos Agrarios, SAA, en los últimos meses no ha dado continuidad a dichas reuniones, por esa razón es que la Junta Directiva de la Comunidad Indígena Santa María Xalapan la responsabiliza de que los empresarios actúen de forma violenta irrespetando los acuerdos alcanzados, por el poco interés que le han mostrado al espacio.

Los habitantes indígenas de Xalapan son condueños de su territorio pero algunos empresarios y terratenientes cegados por su avaricia, racismo y discriminación continúan apropiándose de ese territorio violando derechos humanos y asesinando a sus legítimos dueños. Recientemente al esposo de Doña Gabina, lo atacaron a balazos. Ella, una mujer de unos 45 años de edad, asegura que no descansará hasta ver en la cárcel a los criminales. Refiriéndose al asesinato de Benedicto y Arnoldo, exige a las autoridades competentes que capturen a los responsables, porque “a los que asesinaron no son perros, son seres humanos”.

IMG_0154Por la tarde del 10 de octubre, mujeres y hombres se presentaron al lugar donde fueron asesinados Benedicto y Arnoldo, aun se veían las manchas de sangre en el suelo, -Benedicto y Arnoldo presentes en la lucha- dijo una mujer, los demás repitieron esa consigna varias veces, le siguió una oración para que el “divino creador”, los tenga en su gloria.

El día empezaba a oscurecer, pero las personas no se iban del lugar, porque esperaban a que llegaran fiscales del MP, desde el distrito central. Al observar la presencia de los investigadores los campesinos y campesinas los rodearon y no dudaron ni un segundo en denunciar lo sucedido y las amenazas que el empresario les ha hecho.

Luego, los campesinos y campesinas se dirigieron a la vivienda de la familia Hernández. 15 minutos les tomó para llegar. De un microbús azul bajaron muchos costales de maíz y con los sacos sobre la espalda, entraron a un callejón, en donde los charcos de agua les daban la bienvenida. Una luz débil, dos mujeres en la puerta de la cocina, un corredor y unas cortinas con un cristo en medio. Era el escenario que esperaba a los cuerpos de Benedicto y su hijo, Arnoldo.

Alguien instaló más focos para iluminar mejor el lugar, otros ordenaban sillas. Al poco tiempo una voz dijo –Ya vienen- la multitud se exaltó y en efecto, apareció un ataúd cargado por cuatro hombres, el otro también era llevado similarmente. Los colocaron en el escenario, e inmediatamente se escuchó llorar a una mujer, que entre su llanto decía: “papito gracias por todo el tiempo que viviste conmigo, ahora sabes que yo voy a ser padre y madre para mis hijos, pero no te preocupes –andaite- tranquilo que yo voy a seguir luchando, -andaite mi papa- de los chiquitos no te preocupes yo los cuidaré”.

Luego la pequeña mujer, se pasó al otro ataúd, lo besó y con la cabeza recostada sobre la caja, inició a cantar entre sollozos, “yo te agradezco mi padre por los hijos que me has dado, a uno de ellos ya te lo has llevado”. El dolor que esa mujer y el resto de la familia Hernández sienten es fuerte, principalmente ahora que para poder vivir deben sacrificarse doblemente.

Por el momento, tanto el empresario como los asesinos a sueldo, siguen gozando de su libertad y no se sabe con certeza si serán castigados. Lo que si es cierto es que sobre ellos, cientos o quizás miles de campesinos han echado maldiciones y confían que “Él de allá arriba, si hará justicia”.

Por: José Gabriel Cubur

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